Encuentros que transforman

Jim, travieso, desordenado y poco apegado a las normas se alejaba de su casa para acostarse junto al río cerca del barrancón. El viento tocaba su frente, el cantar del agua al choque de las piedras, las nubes pasando y la tranquilidad reinante lo hacían sentirse libre, alegre y en paz.

Había nacido con una pequeña afección pulmonar. La pobreza familiar, largas horas para ser atendido, sin medicamentos, quizá indolencia médica y ausencia de especialistas hizo -como las sombras de la tarde- que su mal se extendiera libremente. A sus 14 años las consecuencias se hacían evidentes. Jim acostumbrado a su dolencia no le daba mayor importancia. Estaba la otra, esa mucho más profunda que se reflejaba en su mirar y su semblante. La de los niños que se entierran vivos en lo más profundo de la tierra.

Llegaba al barrancón y sin afán de buenas migas Burka, perra huesuda de ojo torvo y con la pata izquierda cortada al término del muslo. Casi nunca coincidían, aunque cuando lo hacían ambas miradas esquivas se encontraban. Algo hizo el misterio de la vida que permitió empezar a derrotar la distancia y los temores. Burka normalmente esperaba saciar su sed sólo cuando no escuchaba la tos de Jim, aunque sabían que los dos se necesitaban. En los siguientes días se hizo el milagro. Ella con su lengua lamía tiernamente sus manos algo frías y  desamparadas. A él le gustaba sentir la humedad de su saliva, tibia y reconfortante. El otoño se anunciaba.

Una tarde aparecieron algunas nubes más oscuras. Muy pronto se cubrió más el cielo. Aumentó la tos de Jim. Burka escuchó y corrió  a su encuentro. Estaba con un color verdoso cenizo, apuró el lamido de su rostro de un modo distinto a como lo hacía con sus manos como presagiando lo inevitable. La noche se precipitó con lluvia intensa. Por la mañana, Jim inmóvil con sus ojos de cristal, la miraba fijamente. Ella, en su corazón y a su manera, comprendió su partida. En el rostro del niño se esbozaba una sonrisa y en sus ojos aparecían algo así como estrellas. Burka se alejó del lugar. Otro fuego y otro sol alentaron su camino.

Pbro. Nicolás Vial Saavedra 

Presidente Fundación Paternitas 

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